Messi sigue siendo el Rey (2-0) | VIDEO-RESUMEN + GOLES

El día en el que Messi empataba con Maradona en partidos mundialistas disputados (21), fresco aún el segundo aniversario de fallecimiento del astro viejo, Lionel se reencarnó en Diego otra vez, como día a día, para salvar a su país y darle considerablemente más de lo que tendría si no hubiese gozado de los dos futbolistas más grandes del planeta moderno.

Le dio, en frente de México, la vida que a Argentina se le estaba escapando, obLigada como estaba a ganar para continuar nutriendo el eslogan de que han venido a Qatar a conquistar la copa. Esa vida, ese aliento para enfrentarse a Polonia con la posibilidad de clasificarse –necesita obLigatoriamente una victoria- se lo dio el 10, su capitán, quién si no, a quien secundó Enzo Fernández ahora.

No se trataba de jugar. Se trataba de ganar. Como fuera. Iba la vida en ello y es lo último que se pierde. Messi ha jugado muchos partidos así –con Argentina, no con el Barça ni el PSG- y se limitó a aguardar la ocasión. Sabía asimismo que era una apuesta peligrosa. Que tendría una bala y debía aprovecharla; si no, asistiría, con el resto a la lapidación.

Tendría una bala, apuntó y acertó, No al corazón de Ochoa, sino más bien al último rincón de la portería. Había dicho Tata Martino en la víspera que Messi solo precisa 5 minutos para decidir. Ni 5 segundos tardó en calmar la bola con un toque por delante suyo y soltar un zurdazo.

Volvía Argentina, al estadio maldito de Lusail, donde comenzó la pesadilla en frente de Arabia Saudita y tenía garantizaba otra noche de insomnio, asimismo si vencía, de fiesta. Merced a Messi se esparció la celebración albiceleste por el suntuoso distrito catarí.

Como el mejor equipo que tenía, que fue el del debut, no le funcionó, Scaloni cambió a la mitad de la alineación. Empeoró, evidentemente, frente a un contrincante competitivo y en un encuentro en el que no iba a primar la calidad. O no era el primer criterio de elección. Enzo Fernández, uno de los sacrificados, reforzó el triunfo.

No se disputaba un partido de futbol. Se jugaban la vida y el honor unos y otros, y de los tacos de aluminio brincaron chispas. Infumable partido brindaron, impropio del más alto escenario futbolístico. Solo reprodujeron el catálogo de tretas y aplicaron con devoción esa vieja máxima de que pasa el jugador o el balón, mas jamás los dos. Ni un regate, ni una pared, ni una mínima cadena de pases. La hinchada mexicana coreó un par de “ole, olé” más como burla de su contrincante que por el dominio de sus representantes, como se confirmó al entonar el ‘Canta y no llores’.

Absolutamente nadie deseaba jugar los 90 minutos. Trataron de reducir al límite posible el tiempo, pues pretendían acortar el sufrimiento, lo único que tenían garantizado. Eso de gozar es palabrería, postureo.

La tensión se observó ya antes de los 5 minutos cuando hubo la primera pelea por un codazo recibido por el argentino Montiel cuando México hilvanaba un contraataque que era un dos contra uno. Cada choque registró un fallecido, con el consecuente tiempo invertido para reanimarlo. Absolutamente nadie mejor que el italiano Orsato, versado en este género de futbol, para administrar con paciencia todas y cada una de las fricciones y todas y cada una de las ficciones que se representaron. Más que las acciones futbolísticas que fuesen dignas de reseñar.

TiroAlpalo