El Sevilla sigue sin arrancar. Empate ante Valladolid, con estreno de Isco en casa (1-1)

Un punto en dos jornadas contra dos contrincantes pésimos y tras dos partidos no arranca, de esos a los que el hombre de futbol se sujeta con su mendaz estadística para no aceptar que un Valladolid de la vida, cualquier cosilla, llega al Sánchez-Pizjuán para sumar un empate y lamentar no haberse ido con un triunfo.  Hagan algo, por el hecho de que la grandiosidad a lo largo de tantos años cultivada se evapora a nada que la esclerosis que atenaza al Club desde enero se extienda 3 meses más. La pitada de la grada al apuntar el árbitro el final fue lo más saludable de la noche.
Una reflexión que sobrevolaba la grada solamente conocerse las alineaciones. ¡De qué manera va a estar Marcao a fin de que Nianzou sea titular! De hecho, no es Lopetegui amigo de las opciones alternativas exprés y, no obstante, puso de titular al francés, que el primer día de la semana pernoctó en Baviera, cuando el brasileiro llevaba entrenándose (¿?) a sus órdenes desde la lejana, prehistórica ya, vira coreana de inicios de julio. El chaval agradó en su presentación, asimismo pues a la gente le molan las novedades, mas es violento en la anticipación y nada torpe con el balón en los pies. No vamos a caer, no obstante, en el fallo de juzgarlo para bien ni para mal por 3 ratos.

El Sevilla complació en el primer cuarto de hora, seguro que sí, por el hecho de que salió presto a plasmar de forma rápida las diferencias entre la zona Champions y los predios que habita, teóricamente, un recién ascendido. 0-3 le había clavado el Villarreal en el reestreno, no digo más. Deambularon el gol Rafa Mir y Óliver –los dos, como Montiel, con jugando como locales en Nervión botas verdes en la era de el marketing y la comunicación 360 grados: reviento si no lo digo–, padecía el Valladolid y… a los veinte minutos volvieron los espectros de la época pasada.

El futbol era premioso, los futbolistas corrían mucho y sin demasiado sentido, los pulsos estaban muy acelerados. Había, en fin, una sensación de vértigo indigna de un instante de la época de la que solo se habían consumido una jornada y veintitantos minutos. Ahí obsequiaron los castellanos en la salida una pelota que Lamela aprovechó para dejar a Rafa Mir solo ante Asenjo. Al muñeco. ¿De qué manera jugó, entonces, el Sevilla en la primera parte? Suficientemente bien para ir ganando de haber tenido a un delantero eficaz y suficientemente mal para que un recién ascendido, cortito con sifón por más señales, sembrara el pavor al filo del reposo por culpa de un regalo de Papu Gómez. Menos mal que Bono le ganó el codo con codo a Sergi Guardiola.

La consecuencia de semejante desgaste, tanto físico como sensible, fue que el Sevilla no tenía fuerzas para sujetar al contrincante por el cuello, que era lo que demandaba la segunda mitad. Por eso procuró Lopetegui vigor con los primeros cambios, el que aportan Ocampos y En-Nesyri su fuente de futbol sea hoy en día un secarral. Como los minutos se desgranaban sin que nada potable ocurriera, el técnico abatió el comodín de Isco cuando se enfrentaba el último cuarto del encuentro: se aproximaban los minutos de la sofocación y así lo probaba el descomedido entusiasmo en el recibimiento al malagueño. A fin de que quedara claro de qué color comenzaba a pintar la cosa, Monchu rozó el gol con un tiro que rebotó en un compañero en ese instante.

No es que se oliera el gol del Valladolid, por el hecho de que su inocuidad era tremenda, mas sí se percibía una debilidad preocupante en los futbolistas locales, inútiles de ganar el menor duelo. Eran los sevillistas carretas, viejales, sietemesinos… la antítesis de lo que ha de ser un atleta de elite. En un balón sin trascendencia en su zona media, perdieron 3 duelos seguidos frente a los chavales de violeta, apenas voluntariosos. Anuar circuló sin oposición hasta el borde del área –abandonó Ocampos la prosecución, Rakitic no deseó hacer falta– y marcó de tiro raso. Para compensar tanta dadivosidad, poco después pifió Asenjo una salida y le dejó el camino del empate expedito a Rekik.

El tramo final de psiquiátrico, de los que agradan en Nervión si el resultado al final sonríe. En una tángana tabernaria entre los banquillos, Acuña –que había sido cambiado– abofeteó a un técnico valisoletano. Le van a caer múltiples partidos con toda justicia. En el largo descuento, volvió a rechinar la exasperante falta de futbol del Sevilla, inútil siquiera de bombear una pelota mínimamente potable sobre el área de la espantosa defensa visitante. Ni Isco ni Pelé con veinte años: este equipo no juega un pimiento.

TiroAlpalo